El Papa recuerda el aniversario de la canonización de Juan Pablo II y pide no olvidar su legado Francisco vuelve a reclamar la solución de los dos Estados para Palestina e Israel

Audiencia del Papa en la plaza de San Pedro
Audiencia del Papa en la plaza de San Pedro RD/Captura

La fe, la esperanza y la caridad, "tres virtudes netamente cristianas", fueron el objeto de la catequesis del Papa en la audiencia general de este miércoles, 24 de abril, quien señaló que "el gran don de estas virtudes teologales "es la existencia vivida en el Espíritu Santo" y que "son el gran antídoto contra la autosuficiencia"

En su saludo a las fieles presentes de distintas nacionalidades, Francisco recordó el 27 de abril se celebra el décimo aniversario de la canonización san Juan Pablo II y pidió a sus compatriotas polacos que "permanezcan fieles a su legado, promuevan la vida y no se dejen engañar por la cultura de la muerte"

Recemos también por Medio Oriente, por Gaza... Se sufre tanto allí con la guerra, recemos por la paz entre Palestina e Israel, que sean dos estados libres y con buenas relaciones...", señaló el Papa

La fe, la esperanza y la caridad, "tres virtudes netamente cristianas", fueron el objeto de la catequesis del Papa en la audiencia general de este miércoles, 24 de abril, quien señaló que "el gran don de estas virtudes teologales "es la existencia vivida en el Espíritu Santo" y que "son el gran antídoto contra la autosuficiencia".

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"El bien no es sólo un fin, sino también un camino. El bien requiere mucha discreción, mucha amabilidad. Sobre todo, el bien necesita despojarse de esa presencia a veces demasiado dominante que es nuestro ego. Si cada acción que realizamos en la vida la realizamos sólo para nosotros mismos, ¿es realmente tan importante esta motivación?", indicó Francisco.

"Para corregir todas estas situaciones que a veces se vuelven dolorosas, las virtudes teologales son de gran ayuda. Lo son especialmente en los momentos de caída, porque incluso quienes tienen buenas intenciones morales a veces caen", aseveró el Papa en su alocución en una plaza de San Pedro en una soleada (pero fría) mañana de primavera.

Vista de la plaza de San Pedro en la audiencia general de los miércoles
Vista de la plaza de San Pedro en la audiencia general de los miércoles RD/Captura

Frente a ello, el Papa señaló que "si abrimos nuestro corazón al Espíritu Santo, Él reaviva en nosotros las virtudes teologales: entonces, si hemos perdido la confianza, Dios nos reabre a la fe; si estamos desanimados, Dios despierta en nosotros la esperanza; si nuestro corazón está endurecido, Dios lo enternece con su amor".

En su saludo a las fieles presentes de distintas nacionalidades, Francisco recordó el 27 de abril se celebra el décimo aniversario de la canonización san Juan Pablo II y pidió a sus compatriotas polacos que "permanezcan fieles a su legado, promuevan la vida y no se dejen engañar por la cultura de la muerte".

Finalmente, y como es ya habitual, el pensamiento de Francisco se dirigió "a la martirizada Ucrania, a Palestina, a Israel, a Myanmar, que están en guerra, y tantos otros países. La guerra siempre es una derrota, quienes ganan más son los fabricantes de armas, por favor, recemos por la paz, recemos por la martirizada Ucrania, sufre tanto, tanto, los soldados jóvenes... mueren... Y recemos también por Medio Oriente, por Gaza... Se sufre tanto allí con la guerra, recemos por la paz entre Palestina e Israel, que sean dos estados libres y con buenas relaciones... Rezemos por la paz".

El Papa saluda a los obispos desde el papamóvil
El Papa saluda a los obispos desde el papamóvil RD/Captura

Audiencia General

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En las últimas semanas hemos reflexionado sobre las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Como hemos subrayado varias veces, estas cuatro virtudes pertenecen a una sabiduría muy antigua, anterior incluso al cristianismo. La honestidad ya se predicaba antes de Cristo como deber cívico, la sabiduría como norma de actuación, la valentía como ingrediente fundamental de una vida que tiende al bien y la moderación como medida necesaria para no dejarse arrollar por los excesos. Este patrimonio de la humanidad no ha sido sustituido por el cristianismo, sino enfocado, potenciado, purificado e integrado.

Existe, entonces, en el corazón de cada hombre y de cada mujer la capacidad de buscar el bien. El Espíritu Santo se da para que quien lo recibe pueda distinguir claramente el bien del mal, tenga la fuerza de adherirse al bien rehuyendo el mal y, al hacerlo, alcance la plena realización de sí mismo.

Vista de la basílica de San Pedro
Vista de la basílica de San Pedro RD/Captura

Pero en el camino hacia la plenitud de la vida, que pertenece al destino de toda persona, el cristiano goza de una asistencia especial del Espíritu de Jesucristo. Ésta se concreta en el don de otras tres virtudes, netamente cristianas, que a menudo se mencionan juntas en los escritos del Nuevo Testamento. Estas actitudes fundamentales, que caracterizan la vida de los cristianos, son la fe, la esperanza y la caridad. Los escritores cristianos las llamaron pronto virtudes "teologales", dado que se reciben y se viven en relación con Dios, para diferenciarlas de las otras llamadas "cardinales", que constituyen el "gozne" de una vida buena. Las unas y las otras, reunidas en diferentes reflexiones sistemáticas, han compuesto así un maravilloso septenario, que a menudo se contrapone a la lista de los siete pecados capitales. El Catecismo de la Iglesia Católica define la acción de las virtudes teologales así: «Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano» (n. 1813).

Las virtudes cardinales corren el riesgo de generar hombres y mujeres heroicos que hacen el bien, pero que actúan solos, aislados; en cambio, el gran don de las virtudes teologales es la existencia vivida en el Espíritu Santo. El cristiano nunca está solo. Hace el bien no por un esfuerzo titánico de compromiso personal, sino porque, como humilde discípulo, camina detrás del Maestro Jesús. Las virtudes teologales son el gran antídoto contra la autosuficiencia. ¡Cuántas veces ciertos hombres y mujeres moralmente irreprochables corren el riesgo de volverse presuntuosos y arrogantes a los ojos de quienes los conocen! Es un peligro del que nos previene bien el Evangelio, donde Jesús recomienda a los discípulos: «También ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les ha mandado, digan: "Somos siervos inútiles. Hemos hecho lo que debíamos"» (Lc 17,10). La soberbia es un veneno poderoso: basta una gota para echar a perder toda una vida marcada por el bien. Una persona puede haber realizado innumerables obras buenas, puede haber ganado elogios y alabanzas, pero si ha hecho todo esto sólo para sí misma, para exaltarse a sí misma, ¿puede considerarse una persona virtuosa?

El bien no es sólo un fin, sino también un camino. El bien requiere mucha discreción, mucha amabilidad. Sobre todo, el bien necesita despojarse de esa presencia a veces demasiado dominante que es nuestro ego. Si cada acción que realizamos en la vida la realizamos sólo para nosotros mismos, ¿es realmente tan importante esta motivación?

Para corregir todas estas situaciones que a veces se vuelven dolorosas, las virtudes teologales son de gran ayuda. Lo son especialmente en los momentos de caída, porque incluso quienes tienen buenas intenciones morales a veces caen. Así como incluso quienes practican la virtud cada día a veces se equivocan: la inteligencia no siempre es lúcida, la voluntad no siempre es firme, las pasiones no siempre se gobiernan, la valentía no siempre vence al miedo. Pero si abrimos nuestro corazón al Espíritu Santo, Él reaviva en nosotros las virtudes teologales: entonces, si hemos perdido la confianza, Dios nos reabre a la fe; si estamos desanimados, Dios despierta en nosotros la esperanza; si nuestro corazón está endurecido, Dios lo enternece con su amor.

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