Actitudes ante dios

Tradicionalmente y siempre con los matices personales que se puedan aducir, las posturas ante Dios se han reducido a dos: creyentes por una parte y agnósticos más ateos por otra.

Respecto a la situación en que el hombre se encuentra en este mundo, los que creen en Dios diferencian claramente lo que es el mundo natural de la esfera sobrenatural.

En este ámbito sobrenatural hay tres principios esenciales que atañen directamente al hombre: su creación por Dios, la inmortalidad del alma y una vida después de la muerte. Partiendo de estos tres enunciados, van derivando las distintas religiones con sus diferencias respecto a lo que Dios ha hecho por el hombre y la relación del hombre con Dios.

En esa relación con Dios puede predominar el pensamiento, es decir, la meditación y consideración racional de los misterios de Dios; puede prevalecer la emotividad, el sentimiento que produce el amor de Dios hacia los hombres; o, en tercer lugar la vivencia del rito, a través del cual el hombre cree tener relación con Dios.

En el polo opuesto encontramos a quienes niegan bien la posibilidad de acceder a Dios o bien los que directamente niegan la existencia de un ser que carece de argumentos para aceptar tal existencia. Las razones para la negación de Dios son de muy diverso calado, principalmente porque no existe consenso respecto a lo que podemos llamar "Dios“. Lo que generalmente se entiende por Dios no entra en la capacidad del hombre para entenderlo.

La primera negación de “ese” Dios es aquella que lo hace producto del hombre. Sí, existe Dios, pero es un Dios distinto al que los creyentes adoran y en el que confían. Es un Dios creado por los hombres, a su imagen y semejanza; un Dios consenso universal; un Dios que aglutina deseos; un Dios arquetipo de vivencias y sentimientos humanos; un Dios paradigma de bondad, justicia y felicidad. 

Respecto a agnósticos y ateos, la duda y negación de Dios se refiere a los argumentos que ofrecen los creyentes para, racionalmente, aceptarlo. Son argumentos o pruebas que han sido desmontados a lo largo de la historia y que carecen de validez. Recuérdense las vías de Santo Tomás, el argumento de San Anselmo o las simplezas de los Testigos de Jehová (Watchtower). Argumentos que no han superado la prueba filosófica o que no pueden ser “falsados”. Sólo son hipótesis de trabajo en un callejón sin salida.

Pero a los agnósticos y ateos se les puede enfrentar cualquier creyente con algo que aquéllos olvidan, el nivel cognitivo de ambos. Los creyentes están en otro nivel, ni les interesa ni procuran aportar argumentos sobre la existencia de Dios, simplemente creen en Dios y viven de esa creencia. Son dos niveles de aceptación que no pueden inmiscuirse. Los argumentos racionales “contra” Dios no entran en su consideración. De ahí que no pueda haber ni refutación ni afectación.

Cuando se dice que no se puede convencer a un creyente es porque ambos, creyentes y ateos, se encuentran en niveles distintos de conocimiento y de vivencia. Ninguno de los dos tiene razones suficientes para convencer al otro. Es imposible demostrar a Dios por la razón y es inútil aportar argumentos sobre la inexistencia de Dios, porque en lógica filosófica esto es absurdo (es quien afirma el que debe probar). Pero la única prueba es… ¡que creen en Dios!

Puestos  a exprimir el contenido de las ideas agnósticas y ateas, éstas parecen moverse en ámbitos metodológicos, es decir, teóricos, axiomáticos, casi verbales. El agnóstico dice que quien afirma es el que debe probar lo que afirma (Dios); el ateo dice que los juicios negativos de existencia, negación de Dios, son verdaderos mientras no se demuestre lo contrario. En realidad, dicen lo mismo.

Algo que puede parecer paradójico es que tanto creyentes como negacionistas están de acuerdo en la praxis diaria y en la vida normal. Nadie discute lo que es el hombre; nadie pone en duda el buen comportamiento moral; todos están de acuerdo en la necesaria profesionalidad en el ejercicio del trabajo, la responsabilidad, la solidaridad, etc. y aunque unos hagan derivar su conducta respondiendo a imperativos sagrados y los otros al orden social y a la conciencia, a la hora de la verdad lo que importan son los hechos derivados del tal conducta.

Y en este punto, uno se pregunta si creyentes y negacionistas pueden ponerse de acuerdo respecto a la idea, a las exigencias y los presupuestos inherentes a lo que significa Dios. O bien, a la hora de entenderse, ¿se puede dejar en suspenso  la cuestión “Dios”? Esto es prácticamente imposible. Recojo una afirmación de Puente Ojea en su libro Elogio del ateísmo (1995):

Apenas parece discutible que tanto en el plano del saber como en el plano de la vida cotidiana resulta ineludible adoptar, al menos provisionalmente, un posicionamiento de dirección positiva o negativa sobre la hipótesis teísta, aunque este posicionamiento no alcance una formulación explícita.

Pero si echamos una ojeada al mundo de la creencia, vemos que la inmensa mayoría de los creyentes no tienen un concepto definido respecto a la cuestión “Dios”. Lo dan por supuesto, ni siquiera se les plantea ni, por otra parte, sabrían definir lo que creen cuando se les pone en duda, con argumentos, la hipótesis teísta. Lo tremendo es que, a lo largo y ancho del mundo, el número de creyentes en lo que sea, dígase Dios u otra cosa sobrenatural, aumenta.

Dirán los negacionistas: ¿realmente aumenta? Sí y no. Por lo que vemos, disminuye en los países con mayor nivel cultural y económico, lo cual lleva a deducir que la incultura y la pobreza son caldo de cultivo de la creencia en dioses.

Hay otra forma de encarar o catalogar a muchos que se dicen agnósticos, referida a su entronque social. En cuanto a la formulación negacionista, los hay que son agnósticos teóricos pero en la práctica, ateos convencidos. Otros se dicen agnósticos por no llamarse “creyentes perplejos” debido a su carácter y educación, al deseo de contemporizar, por no contrariar… Y no se dicen ateos porque la presión secular contra esta “casta” ha sido muy fuerte y todavía sobrevuela el sambenito pernicioso sobre ellos.    

Cierto, hay ateos que no manifiestan su “credo” por educación, por respeto, por no herir susceptibilidades o sensibilidades. A veces por miedo a un perjuicio personal dentro del partido o, en su ámbito laboral, miedo a la exclusión social o represión económica. Declararse agnóstico resulta menos peligroso e incluso puede ser aliciente para alguno dispuesto a hacer una “buena obra”, pues le parece que tal agnóstico podría estar dispuesto a revertir su posición dogmática. 

Es una incoherencia por parte del agnóstico: si no convencen los argumentos que le puedan dar, no sólo racionales sino, sobre todo, de vivencia, de conducta, de buenos sentimientos, de obras de caridad… su situación de increencia es la misma que la del ateo, aunque a priori no descarte el posible retorno a la fe. Se ha dado el caso de que la vida ejemplar de tal creyente pudo ser argumento definitivo para el retorno a la fe.

Hay quien dice que tanto ateos como agnósticos saben de Dios o están más pendientes de él que muchos creyentes. Puede ser cierto, pero es más cierto que el ateo ya no tiene referencias reales respecto a la idea de Dios, ha prescindido de estar pendiente de todo lo que se refiera a Dios. En cambio el agnóstico vive todavía en suspenso sobre si Dios es una quimera o una realidad. Podría decirse de él que es un  semi creyente.  

Cuestión aparte que merece una reflexión profunda es el hecho de que es manifestación universal creer en Dios. Surge la pregunta de por qué la humanidad se ha decantado por la creencia en Dios, con el consiguiente contra  argumento: ¿el creer en instancias supra humanas, dioses o espíritus, ha aportado algo a la humanidad? ¿Ayuda tal creencia a que el hombre tenga mayor seguridad en sí mismo y mayor certeza sobre las cosas que le rodean? Y una como hipótesis: ¿existe algún componente genético, relacionado con el instinto de supervivencia, inscrito en el cerebro humano cuando dejó atrás a sus ancestros australopitecos o pitecántropos?

Interesante hipótesis la de relacionar la invención de los dioses con ese instinto de supervivencia, aunque también podríamos apuntar otra hipótesis igualmente plausible aunque menos halagüeña: teoría o hipótesis de que existe un retraso evolutivo en aquellos que creen en dioses, un retardo en la compleción de su cerebro al admitir algo que la razón rechaza.

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